Lo cierto es que soy una; den gracias al cielo y que soy única; una persona llena con años, que le teme a todo. Vivo con temor a la vida, a la muerte, al camino, al cambio, a la estabilidad, a todo. Aún a veces dudo si vivo o si solo soy el indicio de la no existencia. Soy caótica, no puedo evitarlo, termino arrastrando a todos conmigo a una vorágine incontenible, entre pensamientos, sentimientos y temores. Caigo en la demencia, en mi mente se aprisionan tantas historias convertidas en fantasías palpables, que crean recuerdos prestados; me es difícil notar la diferencia de lo que pasa en mi imaginación y lo que es en realidad. Vivo presa de mi mente, de esas voces que taladran nuestras bóvedas craneanas, hasta llegar a su origen; las metáforas que se crean, los miedos que echan raíces, los amores platónicos, imposibles. Soy dramática, pero ¿Quién no? Cuándo se trata de uno mismo; querer ser el protagonista en un anfiteatro; que te arrojen flores o a los leones y que se vuelva más caótica tu existencia. Soy el abismo; un precipicio profundo que no tiene fondo, que te seduce malintencionadamente, con el afán de verte sucumbir y disfrutar el acto de caer en su tentación. Me invade la penumbra, esa que llega justo antes de entrar en la completa oscuridad; misma que habito en soledad; la casa de todos los que no van a ningún lado. Estoy dañada, tan en mal estado, que es casi imposible ver a través de alguna grieta sin peligro inminente. Sin quedar atrapado en el derrumbe, entre el colapso de mis paredes, en el lastre de mis escombros. Soy infierno; de las bestias del averno soy el lugar predilecto, el hogar que los anida, el fuego que los alienta, el verdugo que los atormenta, la pena que los invade. Soy la carga que debe tomar el diablo, por el pago de sus actos. De su renuncia, de su reniego, de su fracaso, de su conducta, de su avaricia, de su sacrificio, de sus infidelidades. Soy el otoño, en el sentido melancólico de su suceso, caen las hojas lejos, mueren mis ramas tristes, mientras el viento frío aparece y se va perdiendo el rastro del verano y su candor; ese calor que a todos atrae, que es agradable, que no quema como las llamas del infierno que cargo, que es alentador para las flores, las lluvias, de las aves el canto, todo eso que hace aparecer los colores, las maravillas y arcoiris en el cielo, todo eso que no represento, todo eso que niego, eso que no tengo. También soy invierno; el calor se me ha agotado, el cabello se va cubriendo de blanco y cada dolor es un rayo que brota de mi cabeza. El corazón ya no late, solo lo intenta. En su intento casi pierde lo poco que de cordura le queda, la misma que necesita para continuar su existencia, su razón de ser; esa que sigue perdida, esa que no encuentra. Soy cicatriz que queda, esa marca indeseable que me figura, que se traza en la belleza tornándola en fealdad. La monstruosidad que devora la sublimidad de la excelencia. Esa mueca insistente, recuerdo de un daño pasado. Soy maldad, mi sonrisa enfermiza, cautividad que persevera, inclinación a la protervia y con un fuerte deseo de aniquilar. Me rindo ante el daño póstumo. A lo adverso, perverso y a la continuidad. Soy una reflexión económica que se prostituye, una imagen ilegible que se difumina entre telares de humo, la mordacidad de las acciones desleales. Soy cruel, hasta la médula, creo conflicto donde hay paz. Doy motivos donde hay calma, soy tormenta sin ojo, soy día sin mañana, noche sin alba, soy período de incredulidad y fe constante. Del tiempo soy el suplicio, un instante antes de todo, ese segundo que pasa, pero que jamás llega a ser minuto, mucho menos hora. Soy hábito del tiempo en la insignificancia. Soy dolor, de los intensos, de los continuos, periódicos, intermitentes, cordiales. De los que crees que te sanan, de los que mienten para que caigas. Soy mentiras; que destruyen, que crecen, que se olvidan, pero no sé perdonan, existo en la inexistencia. Soy devorada por su intención. La idea persistente de desaparecer entre la nada. Un día ser polvo y al otro volatilizarse por el día. Un día soy arrogante y altanera, soy engreída, embustera, me enaltezco en la superioridad, pero cuando todo eso se va, me voy hasta lo más bajo, cayendo en la miserabilidad. Soy pena y agonía, que se consume a sí misma. Soy tanto y no soy suficiente, que no sé ¿Para qué quiero tanto, ser única?
AJRR
Adriana Rodríguez
H. Matamoros, Tamaulipas; México.
AJRR, Adriana Rodríguez (1984)
H. Matamoros, Tamaulipas; México. Ha participado en eventos de poesía local, virtuales y programas literarios de revistas digitales. Colaborando en diversas antologías. Publicado narrativa en diferentes revistas digitales. Integrante del grupo Hacedores de fuego de la casa del Poeta Reino Unido, activista de paz IFLAC World México. Autora del libro 'Pesadillas Crónicas de los sueños'.
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