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"Una mañana de escuela"

por Erika Castillo

De tanto caminar ya mis piernas me duelen, pero, necesito alcanzar a mi mamá, ya me dijo que si no me apuro no me lleva a la escuela. Y yo si quiero ir a la escuela. Me gusta mucho jugar con Alexa, ella es muy simpática. La maestra nos pone cosas divertidas para hacer, aunque no siempre me guste ponerle atención. ¡Hay tantas cosas tan interesantes por descubrir!

¿Por qué camina mamá tan de prisa? ¿Si todavía tenemos tiempo para llegar? Siempre anda apurada corriendo de un lado para otro, ya no juega conmigo como lo hacía antes. ¿Seré una mala hija? ¿Tal vez porque no recogí mi cuarto el otro día? Pero tenía ganas de jugar con mis muñecas, ya estaban tristes porque no las había sacado de su castillo, ellas también necesitan un poco de sol, por eso las dejé en la ventana, pero mi mamá no me escuchó y me dijo que si no ordenaba mi cuarto me iba a dejar sin ir a jugar con mis primas.

Ser pequeña es tan difícil, siempre tengo que hacer lo que me dicen los demás, sin importar si es algo que quiero hacer o no. Tengo que ir a donde me dicen, esperar sin hacer ruido, comer lo que me dan… ¡Uff! ¡Pocas veces me toman en cuenta para tomar una decisión! ¡Estoy aprendiendo a ser! ¿Por qué no me dan un poco de espacio para experimentar?

Ojalá y mi mamá me escuchara un poco más, en ocasiones hay cosas en mi corazón que no conozco y me siento rara, pero cuando quiero decirle a ella, no sé qué palabras usar, no las encuentro. Y mamá sólo me manda a jugar. Sería lindo que se sentara a platicar conmigo y me dijera como hacer con lo que se me acumula aquí dentro. ¿Pero, cómo le digo esto?

¡Qué bonitas piedras de colores! Voy a coger varias para mi castillo de princesas se van a ver muy lindas y las muñecas estarán felices de tenerlas.

—¡Ya te dije que no estés jugando Mariela! ¡Apúrate!

La voz de mi mamá suena a furiosa, mejor sólo agarro dos piedras más y nos vamos, antes de que me regañe de nuevo.

¿Por qué ya no juega mi mamá? ¿Se le olvidó como hacerlo? ¿Cuándo era niña no jugaba? ¿Y, si le pregunto?

—Mamá, me ayudas a…

—¡Ya te dije que te apures!

—Pero…

—Si no llegamos a la escuela, van a cerrar la puerta.

—¿Cuándo…?

—¡Nada! Haber deja te acomodo la camisa, vas a llegar toda mal arreglada…



Hoy me levanté más temprano de lo habitual, no podía dormir, hay tanto por hacer. Desde que despierto siento que ya se me hizo tarde para todos los pendientes del día. Es agotador vivir así.

No me acuerdo si apagué la cafetera, es más, no sé si me tomé el café o lo dejé sobre la mesa. Debe haberse quedado allí, ya siento que me hacen falta fuerzas y apenas son las ocho de la mañana.

¡Esta niña que no se apura! Tenemos que llegar rápido a la escuela antes de que cierren la puerta, y después de eso a correr para llegar a la oficina antes que Lupita, sino otra vez me pone retardo y no me puedo dar el lujo de que me descuenten. Necesito juntar para pagar la luz.

Esta chamaca está juntando piedras, se va a ensuciar todo el uniforme. No tenemos tiempo para eso.

—¡Ya te dije que no estés jugando Mariela! ¡Apúrate!

¿Por qué no me escucha? ¿Acaso no me entiende? Sólo le estoy pidiendo algo muy simple, le he explicado muchas veces que las mañanas no son para andar jugando. Tenemos que llegar temprano.

Ya estoy sonando como mi mamá. ¡Y juré que yo no sería así! Me estoy convirtiendo en lo que no quería ser. Siempre me dije que yo sería comprensiva, que tendría paciencia, que jugaría con mis hijos y les enseñaría cosas divertidas. Estoy siendo una madre muy mala. Era mejor mamá cuando yo no tenía hijos, pensaba como serían las cosas que haríamos, que siempre reiríamos y cuando ellos se portaran mal todo lo arreglaríamos sentados platicando. Pero Mariela sacó mi carácter y es difícil discutir conmigo misma.

Ya anda toda desaliñada, ¿Qué van a decir las otras mamás de la escuela? Me van a juzgar por cómo llega, dirán que soy una descuidada, que no hago nada. ¡Ay! Pero si todo el día trabajo, tengo ganas de sentarme a jugar con mi niña a las muñecas y comer helado en el castillo de cobijas que está en el rincón. ¡Me encanta como le quedó, y todo el esfuerzo que puso en hacerlo ella sola! Estoy tan orgullosa de ella, es una niña llena de perseverancia. Ojalá que siga así. ¿Y, si le digo que es lo mejor que me ha sucedido? No quiero perder autoridad frente a ella, tengo que enseñarle a vivir, tengo que prepararla para defenderse sola, tengo que…

—Mamá, me ayudas a… —su vocecita me parte el corazón. Pero ya no tenemos tiempo.

—¡Ya te dije que te apures!

—Pero…

—Si no llegamos a la escuela, van a cerrar la puerta.

—¿Cuándo…?

—¡Nada! A ver, deja te acomodo la camisa, vas a llegar toda mal arreglada…— mejor nos apuramos para no llegar tarde, ya habrá otro día para platicar…


Ya pasó la niña de las coletas con su mamá. Todas las mañanas caminan por aquí bien apuradas, de seguro van al preescolar de la otra cuadra. Ya está regañando la mamá a la niña porque se puso a jugar con las piedras. La entiendo, ella tiene que ir a trabajar, pero la niña es muy curiosa y quiere explorar todo lo que ve a su alrededor.

¿Y, si voy a ayudarles? Le caería bien una taza del café que preparé en la mañana a esta mama que anda muy mortificada.

Recuerdo cuando era niña mis papás siempre me traían de aquí para allá, tenía que obedecer en todo, no me tomaban en cuenta.

Es muy duro crecer así, teniendo una voz que no se escucha. Para cuando eres un adulto ya no sabes cómo utilizar tu voz, se ha perdido en todos esos años que te enseñaron a callar.

Necesitamos aprender a escuchar. Necesitamos dar lo que nos faltó en nuestra vida. Es necesario ser el adulto que necesitábamos cuando fuimos niños. Es necesario ser el amigo que nos faltó en los momentos difíciles.

Las mortificaciones de la vida diaria nos impiden entender que todos estamos luchando por darle sentido a nuestra existencia. Cuando el sentido en realidad, está dentro de nosotros.

Se nos ha olvidado que el padre alguna vez fue hijo, y el hijo no entiende que alguna vez será el padre. Somos una parte del proceso infinito de la vida.

—¡Hola buenos días!, soy la encargada de la florería, todos los días las veo pasar y pensé en venirlas a saludar. Hoy es un día muy hermoso para caminar, ¿me permiten acompañarlas? Una anciana como yo necesita de vez en cuando platicar con una niña de coletas y con la mamá que tanto la quiere. Me gustaría compartir está taza de café con usted señora, el café sabe mejor cuando se acompaña de personas tan lindas.

—¡Sí, claro!

—Mira pequeña te traigo unas piedras de colores que usamos en la florería…



 

Erika Castillo (Chihuahua, 1982) Estudió Ingeniería Industial en el Instituto Tecnológico Superior

de Nuevo Casas Grandes. Escritora y poeta bilingüe. Ha laborado en empresas binacionales a cargo

de áreas de Aseguramiento de calidad, Evaluación de proyectos y Finanzas, también incursionó en

el área de Marketing y Diseño de productos.

Madre de familia y lectora ferviente desde su infancia. Ganó el concurso de cuento a nivel estatal

organizado por la DGETI en 1997. Ha publicado en varios medios digitales y participado en mesas

de diálogo organizadas por Anaquel Literario, comunidad literaria e intercultural. Actualmente

colabora con la publicación quincenal Las Aventuras de una mamá lectora.

Su relato ¡AHORA ME TOCA A MI! Se encuentra en la Antología Recolectores de Silencios de

la Universidad Autónoma del Estado de México 2021. Participó en la antología de Alas de mariposa

con el poema Transformación.

Participó en el Primer encuentro Internacional de Poesía de Xochimilco en Septiembre 2021.

Obtuvo mención especial en el segundo concurso internacional de relatos fantásticos del Diario

Tinta Nova con el cuento El Primer Colibrí.


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