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Foto del escritorKarla Hernández Jiménez

"Sillicon Factory" por Karla Hernández Jiménez

Retorció su cuerpo todo lo que pudo para evitar a toda costa el rayo láser que se aproximaba con paso veloz hasta rosar apenas la carne verde que recubría su pecho. Inevitablemente, el rayo terminó tocando la zona.

Gritó de forma descontrolada, pero todo era inútil, no había nadie que pudiera escucharla. Aina sabía que estaba sola en el cuarto, y aún así los gritos no paraban de salir de su boca ante el dolor que experimentaba.

Minutos previos a que el proceso terminara, la madame del burdel hizo una breve aparición debido a que, con el tiempo, sus gritos habían logrado traspasar la puerta de titanio de la sala de operaciones y había espantado a la mayoría de los clientes del local.

Contoneando su trasero artificial, y alzando una ceja de su rostro de pómulos salientes, la madame trató de acallar los gritos.

–Ya relájate, ¡el proceso terminará pronto!, sólo falta colocarte los injertos. Todas mis chicas han pasado por un proceso similar a este. No pensarás que iba a dejarte atender a mi exclusiva clientela con un cuerpo tan feo, ¿o sí?–le dijo mientras cerraba la puerta una vez más para desaparecer.

Antes de que Aina pudiera tragarse las lágrimas para intentar contestar a la pregunta de la madame, la máquina de operaciones levantó la piel de la zona del pecho e introdujo los injertos al mismo tiempo que unas jeringas se alzaban de debajo de la mesa para ser introducidas en la zona de los glúteos, a ambos lados de la cadera y en zonas estratégicas de la cara como los pómulos, la barbilla y la quijada.

El dolor fue insoportable y Aina se desmayó varias veces.

Una vez que el proceso terminó, y la máquina suturó los cortes, apenas hubo tiempo para poder descansar, en poco tiempo debería comenzar con su nuevo trabajo en el burdel.

¿Cómo fue que terminó así?

Quizás si su planeta no hubiera sido devastado durante la guerra contra la Federación Intergaláctica liderada por los humanos, quizás en ese momento no estaría en una situación como esa.

Los antagorix siempre fueron considerados como una de las civilizaciones más temidas y orgullosas del espacio, pero ahora habían caído ante las armas que los humanos habían diseñado para combatirlos.

Si tan sólo su planeta no se hubiera arruinado, sus padres no habrían tenido la necesidad de mandarla a aquel asteroide cerca de las lunas de Urano para que por lo menos ella pudiera tener un futuro mejor. ¿Qué dirían si la vieran ahora?

En cuanto el teletransporte la dejó en la dirección indicada, supo que algo no iba bien. Sabía que había sido contratada como mesera en un burdel, pero aquel edificio lucía un aspecto lamentable, como si sus días de mayor esplendor hubieran pasado muchísimo tiempo atrás. Aún así, no podía decir nada al respecto.

En la entrada, fue recibida por la madame, una mujer de raza predatrix con un cuerpo modificado, y un ignotus que parecía ser otro empleado del local.

Le quitaron su ropa y las pertenencias que llevaba en una pequeña maleta de poliuretal. Mucho antes de que Aina pudiera articular palabra, su nueva patrona tomó su rostro con una mano, mientras que con la otra palpaba la zona de su pecho, como si inspeccionara detalladamente a su nueva recluta.

–No está mal, pero hay que pulirla más para que se ajuste a los gustos de los clientes, ya lo sabes, Terk.–dijo la madame enfatizando aquella orden con un apretón a sus propios pechos mientras el ignotus llevaba a Aina hasta la misma mesa de operaciones donde acababa de despertar.

¿Cómo era posible que le hicieran eso a todas las chicas que llegaban a trabajar al local?

Era demasiado cruel, demasiado agresivo para un cuerpo pequeño como el suyo cargar con el peso de aquellos implantes que habían sido metidos a la fuerza debajo de su piel.

No había terminado de pararse, cuando la madame entró a toda prisa con otra chica a la sala de operaciones.

–No te quedes ahí parada, aún hay mucho que tienes que hacer, y Trixie necesita un retoque con urgencia.

Aina se quitó, pero antes de salir vió con horror cómo la máquina abría la piel lila de la teal que respondía al nombre de Trixie mientras esta apenas soltaba un par de lágrimas moradas de sus ojos tornasol.

Fue en ese preciso instante en el que Aina comprendió que sus tormentos en aquel burdel no habían hecho más que empezar. No iba a ser una simple camarera, iba a ser obligada a ofrecer su cuerpo a los clientes.

De nada servía intentar quejarse y huir, la maquinaria seguía trabajando, encargándose de crear nuevas reclutas hechas en aquella fábrica de silicona. Ahora todas las noches debería exhibir ante los clientes los “atributos” de su cuerpo, esperando por ser comprada para otra velada desagradable en los camastros del burdel al igual que el resto de las chicas.

Estaba atrapada en ese mundo de modificaciones corporales, decadentes luces de neón y pool dance.


 

Karla Hernández Jiménez

Nacida en Veracruz, Ver, México (1991). Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica. Lectora por pasión y narradora por convicción, ha publicado un par de relatos en páginas nacionales e internacionales y fanzines como Página Salmón, Nosotras las wiccas, Los no letrados, Caracola Magazine, Terasa Magazin, Perro negro de la calle, Necroscriptum, El gato descalzo El camaleón, Poetómanos, Espejo Humeante, pero siempre con el deseo de dar a conocer más de su narrativa. Actualmente es directora de la revista Cósmica Fanzine.


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