por Roxana Aguilar Rebollo
El ambiente podía describirse como aquellos veranos calurosos e inmóviles. El templete de acero se encontraba desierto, y esas lámparas en hilera que en algún tiempo debieron tintinear en varios colores llamativos ardiendo como insectos en el aire, ahora solo contenían el polvo del olvido.
Adrastos miraba aquello enajenado, símbolos extraños se difuminaban en aquel insólito sitio y su curiosidad se desbordaba a chorros por los ojos que apenas le cabían en las cuencas después de aquel descubrimiento. Qué podría ser aquello, tan oculto que en pleno 4526 después de la Era, no había sido tocado por nadie en miles de años. El mundo de los gigantes era apenas una fantasía que había visto en algún cine-portátil, pero aquello parecía ser obra de una raza extinta que, probablemente, alguna vez pisó la tierra.
Los pobladores cercanos al sitio, meses antes, habían dado aviso de los enormes megalitos encontrados en medio de una espesa montura en aquella selva virgen. Adrastos y su compañía, eran los primeros en llegar al lugar de forma oficial.
Ignacio, era uno de los subordinados más cercano a Adrastos, su misión en la compañía, era elaborar una especie de bocetos con todo lo encontrado ahí, como neo-lingüista, también tenía la labor de descifrar cualquier tipo de grabado que pudiera significar una lengua. Su trabajo era arduo, más aún desde la primera extinción ya que poco sabían de los antepasados del segundo milenio, de su desaparición y sus registros.
Ignacio pues, hizo algunas descripciones y dibujos de lo encontrado, el edificio mostraba la estructura de lo que podrían haber sido casas habitación, o quizá un templo, sin embargo, su ubicación poco accesible lo hacía desconfiar de ese análisis preliminar.
—¿Qué opinas Ignacio?
—Podría ser cualquier cosa, pero creo que esta inhóspita ubicación debería marcarnos una idea de lo que podrían querer con este lugar.
—¿Y qué crees que querían?
—Que no estuviéramos aquí.
—Pues muy tarde para ello.
El lugar era inmenso, una muralla enorme que se levantaba frente a ellos, con más de 10 metros de altura y 30 metros de espesor, su extensión corría por más de tres kilómetros. En algún libro encontrado en excavaciones al oriente del planeta, Ignacio recordaba que existían construcciones muy antiguas ya, previas a los habitantes del segundo milenio, esta muralla era, sin duda, cinco veces mayor que la pirámide analizada en aquella investigación que azarosamente llegó a sus manos.
Pero lo que llamaba más la atención de Ignacio eran aquellos 48 megalitos de concreto de aproximadamente nueve metros de altura y más de 100 toneladas de peso que se erigían fuera del recinto, contenían varios grabados que, por lo que lograba atisbar, no solo era un idioma, sin embargo, no podía asegurar nada sin un previo análisis.
Lo más interesante entorno a los Megalitos eran aquellos rostros humanos con expresiones de horror y repugnancia, su mirada parecía absorta ante la figura de un ser andrógino en primer plano, con un gesto de angustia que reflejaba gran expresividad y fuerza psicológica, Ignacio se sintió observado por aquellos ojos vigilantes. Se sentía tonto ante aquellas sensaciones, arrugó la frente y palideció. Ignacio, dibujó cuidadosamente cada grabado en su libreta de tránsito y prosiguió la evaluación del lugar.
Las excavaciones del sitio se prolongaron unos meses, Ignacio entendía que los grabados en los megalitos eran idiomas variados utilizados por los habitantes desaparecidos del segundo milenio, había pocos referentes al respecto, ya que ciudades enteras fueron borradas de la faz de la tierra. Sin embargo, pequeños poblados desiertos encontrados en la actualidad ayudaban a entender la organización de aquellos antepasados incluso, algo de su idioma había sido rescatado. Ignacio era de los pocos estudiosos al respecto, por lo que, poco después descubrió que aquellos anuncios eran señales de advertencia para no entrar al recinto. La duda era ahora ¿por qué? ¿Qué se escondía ante aquellos muros?
—Adrastos, debemos parar hasta estar seguros de lo que contiene este lugar.
— ¿Sabes lo que eso ocasionaría Ignacio? Los recursos destinados a esta investigación son mínimos y cada minuto vale mucho. ¡No voy a parar ahora después de meses de investigación, solo porque tienes un mal presentimiento!
—No es solo eso, Adrastos, las señales son claras, no debemos estar aquí.
—Lo único que dicen las señales es que nuestros antepasados eran sumamente supersticiosos.
Adrastos a parto la mirada del escritorio de Ignacio, su cuerpo ya se hacía viejo, y aquella nariz filosa y aguileña, combinada con aquellos ojos hundidos y sombríos, lo hacían ver como un vetusto pero impositivo ser, quizá hasta poderoso. Ignacio escudriñaba algún dejo de cordura en él para parar aquella búsqueda a ciegas, pero era inútil, su decisión se marcaba en cada arruga de su rostro y tratar de convencerlo se tornaría en una empresa perdida.
—¡Ingeniero, encontramos algo, venga pronto!
Un viento glacial soplo en el pecho de Ignacio, sabía que algo se había roto, algo que sería imposible de componer más adelante, las señales de los megalitos eran claras, no debían estar ahí, pero no podía detenerse, caminaba azarosamente al lado de su dirigente en búsqueda de aquello oculto, pero en el fondo sabía que nada bueno saldría de aquello.
—También encontramos esto.
—Mira Ignacio, es todo un archivo para que acabes de una vez con este misterio.
—Más abajo hay una especie de depósito subterráneo, que baja desde aquí, ya hemos logrado tener acceso.
Fue lo último que Ignacio escuchó, después de eso, al hojear aquel vetusto documento, empezó a cotejar datos sueltos que ya había armado con otros archivos encontrados en el lugar y descubrió la verdad.
Ignacio quedó petrificado, mientras acomodaba las piezas del rompecabezas que hacían falta, su miedo no era por lo encontrado en aquellos arcaicos papeles, sino por el instante prodigioso en que se le revelaban las claves definitivas de lo que había ahí realmente. Entonces comprendió la sentencia encriptada en aquellos jeroglíficos marcados en los megalitos: “Si estos monumentos están deteriorados y ya no se leen bien, por favor construya unos nuevos de material más duradero y copie este mensaje sobre ellos en su idioma”
Aquello no era ni una tumba de algún fastuoso rey, ni casas habitación o algún templo estrambótico en medio de aquel bosque, aquello era un gran contenedor de desechos radioactivos que los habitantes del segundo milenio habían procurado esconder para evitar una desgracia.
Ignacio no había sido más lúcido en ningún momento de su vida, y de repente el impulso lo arrojó a la verdad y corrió tras los hombres que se le habían adelantado.
—¡No abran nada, paren con eso!
Pero era tarde, un viento tibio enturbió el ambiente, y entonces arremetió una ráfaga de viento, esta vez ciclónico, todos alrededor de Ignacio empezaron a caer al piso, en medio de convulsiones, desmayos y muertes inminentes. Ignacio entendió tarde, que aquel recinto no era más que una cámara maldita de contaminación generada por siglos en la que nuevamente la memoria sería arrancada de los hombres.
Roxana Aguilar Rebollo, de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. Es licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de
Chiapas, y actualmente cursa el cuarto semestre de la carrera de filosofía, en la misma instirución. Ha publicado en diversas revistas electrónicas: Revista El futuro del ayer, hoy, en el Magazine Calleb, en el blog argentino Las musas despiertas, en la Red tapatía de revistas y fanzine, Revista Independiente Unión José Revueltas y la Revista Perro Negro de la Calle y en la misma revista colaboró en la edición especial Grimm de Otoño,, en el
Circuito Independiente Arte Morelia y por último en la revista Elipsis. Además, fue publicada en la antología de cuentos de horror, Pm: Perturbaciones de la editorial Librerio, y tener una mención honorifica en el primer concurso de literatura universitaria Oscar Oliva: 2020, con el cuento “La otra pandemia”.
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