por Nayeli Quiroga
«Créeme, no hay gran dolor, grandes arrepentimientos,
grandes recuerdos. Todo se olvida, incluso los grandes amores».
La muerte feliz, Albert Camus
Me libero de ti, de todas las pretensiones sobre la vida que te acurrucan los pensamientos en una interminable interrogante acerca de la edad, del tiempo y del dinero. Me libero de toda indecisión indecorosa que ha comenzado a cuajarse en Año Nuevo, de aquel día en que una brecha invisible en el tiempo me regaló tus manecillas de carne y hueso. Me libero de cualquier altercado, de cualquier contratiempo , me libero de mí estando en ti. Luego, cuando un día imprevisto debas despertar temprano, me liberaré de toda idolatría innecesaria, del narcisismo, del sofoco de tu mirada que no se calla, de tu boca ciega, de tu entrecejo protuberante y de la impecable manera de tu andar, desaliñado.
No obstante, aún en las calles que frecuento, en el sonido del motor del vecino, en los autos blancos o en los vasos rotos he de encontrar tu cara. Es difícil hallar un lugar inhabitable para tu esencia, porque toda tu figura está en las cosas más sencillas; eres la pequeña gota en la fuga del grifo, el pequeño poro dilatado desacomplejado por las sombras, el rizo imperfecto reacomodado por el sudor. Eres las cosas más simples en plena oscuridad, la palabra nunca dicha, la indecisión desesperante, la edad maldita; eres las letras de esta mísera hoja de papel en plena madrugada, sumergida en una eterna alarma fugitiva y en un repetitivo sonido irritante, acompañado por el canto de las aves con temporizador, entorpecido por los comerciales nocturnos debajo de una luz policromática. Y si de casualidad, o necesidad impertinente, he de transitar debajo de un túnel cubierto de arbustos, o si alguien grita «¡medusa!», el recuerdo de tu cabello perfectamente despeinado polierectará mi espalda.
Nadie en esta sala podría notar, si es que pasara una mariposa, la temible consecuencia, el disgusto que le tienes. O, si a caso, a alguien se le ocurriera fumar en una habitación cerrada, yo escucharía el sonido de tus labios exhalar el humo. Si hojeo el libro sagrado y releo —casi por recelo — encontraría tu nombre en las primeras páginas, los cimientos de tu apariencia, la profecía determinante…descubriría con algún tipo de reparo que provienes del jardín del Edén infernal—paraíso decadente—, del Génesis colérico y de la tierra roja; sabría entonces que de las llamas naces, del pecado creces y de la liviandad del fruto prohibido, sobrevives. Posteriormente — por menester— te leería mi propia historia, te haría saber la verdad oculta, que de mi naces, que no soy una de tus costillas, que no soy el pecado incitador, si no más bien, el temor que de mí como mujer se tiene.
Por eso me libero de la incertidumbre, de esas complicadas sentencias cuando me dices nada y yo lo malinterpreto, de manera prescriptiva, como un todo apacible, cuando duermes sin esperar mas que la tarde de somnolencia, cuando de repente se te olvida el reloj e inventas múltiples excusas para justificar la impuntualidad consecuente y yo, en un estado de costumbre progresivo. Casi siempre por la presión ejercida para desatarme de este amargo envoltorio de memorias, mi visión se transfigura en una serie litográfica, donde abundan tus cualidades principales por las que debería distraerme. Al final, nunca hallo respuesta a esta intermitente falla mecánica de mi memoria fotográfica, y aunque mi memoria a corto plazo es también un tema a resolver, enmarco tu nula actitud fotogénica en este aparato descompuesto, vestigio desolador.
Enfrentamos, consecutivamente, el trago ácido de encontrar la ocasión para permanecer. Bien o mal, según sean los ánimos, el tiempo perdido no es más que una cosecha muerta por causas naturales. Los días pasan de manera suspicaz, aunque sin darnos cuenta de que una hora parece medio año y medio año podría alargarse según los altibajos de la vida. Los espacios, en cambio, se configuran a modo de trampa, se transforman en habitaciones taciturnas donde nadie duerme. Sin embargo, ante la pregunta vociferante y la respuesta silenciosa, los mensajes han sido siempre los mismos: yo soy el vaso lleno, tú la taza vacía. Somos líneas distantes, despedidas sin angustia, voces despabiladas. Existimos en una efímera combinación de dos desconocidos, en la rabieta de una madre, en la soledad acompañada, en el insomnio habitual, en las huidas nocturnas.
Y si un día de invierno, cuando cierres el renombrado libro escrito por Jorge de Montemayor, cuando tus miedos se hayan hecho trizas , cuando ya no padezcas de algún disturbio emocional, has de saber que estas letras habrán sido quemadas por la impaciencia, por la indecisión y por el mero gozo de la libertad. Me libero de ti, te libero de mí, nos liberamos de cualquier superficialidad banal que circunscribe la palabra «amor»; nos liberamos de ese concepto subversivo de los amantes; nos liberamos de toda vendimia capitalista que nos aprisiona en una posición social indeterminada, finita, mortal. Inevitablemente, conservaremos los recuerdos útiles para unir a dos caras desveladas, a dos tristes figuras, a dos, sin ser uno mismo.
Miriam Nayeli Torres Quiroga nacida en 1997, estudiante de la licenciatura en Letras Hispánicas de la Universidad Autónoma Metropolitana- Unidad Iztapalapa. Actualmente cursa el Seminario de Didáctica de la Literatura y es tesista del mismo. Sus intereses literarios son la poesía en prosa, , la literatura crítica feminista, entre otros. Ha escrito desde su adolescencia pero recientemente empezó a concebir la idea de publicar sus textos. Lunáticas Mx es la primera revista en recibir su propuesta.
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