por Linda Acosta
“Cuando todos los caminos se han perdido el Camino se abre claramente.”
–Ursula K Le Guin, en La Ciudad de las Ilusiones–
I.
Aviones caza rompen la barrera del sonido, tiembla la ciudad. Estremecerse mientras preparo café. Los cristales crujen sin romperse, una pequeña grieta quizá. El zumbido recorre la superficie de la piel. Nadie sabe, nadie pregunta. Sólo murmuramos, casi sin quejarnos, como si lo hubiéramos normalizado, ese trueno que no es natural. La grieta se hace visible con el sol de media tarde que podemos gozar al estar en un cuarto piso, sin árboles de por medio. El ruido me estremece. ¿Quién pagará los cristales rotos? Acostumbrarse al silencio, como a la soledad. ¿Quién dijo que era tristeza? Quizá así está bien, hasta sentirse viva.
Llevamos casi dos años fuera de México, una vida de estudiantes de doctorado. Nos decidimos por Cambridge, o mejor dicho, Cambridge se decidió por nosotras. Tuviste suerte, como especialista en bioquímica. A mi, las clases de literatura se me hubieran dado mejor en Oxford, más cierto, es otro nivel y, realmente no quería que estuviéramos separadas. Así, llegó la situación, una guerra silenciosa que va dejando cuerpos agotados, hasta el colapso final. Una peste plástica. ¿Cómo olvidar el día que llegaste para anunciarlo? estabas asombrada, nerviosa y te sudaban las manos. En el momento en que cruzaste la puerta con una caja de Pizza Zas y me ofreciste, por educación, de las rebanadas con pepperoni; yo estaba cenando mis espinacas con fresas, piña y nueces. De antemano sabías mi respuesta.
– ¡Imposible! Es como si hubieras leído el bosquejo de mi novela, y ahora vienes y me sueltas la trama; te dije.
– No sabía que ya estabas escribiendo la novela, no tenía idea que al final te decidirías por escribir ciencia ficción, pensé que tenías miedo a enfrentarte a situaciones poco realistas; me dijiste.
– Cada palabra que me estás diciendo describe el escenario, debo terminar la novela, estoy muy colgada con ella, y es parte de mi Tesis final del PhD. No te había mencionado nada, por qué…
Ahí se escuchó el primer crujido, el vuelo apresurado y rabioso del primer avión. Como una bomba a lo lejos que dejaba hondas vibraciones, ondas en el ambiente. No daba crédito, me sentía dentro de la trama, mientras observaba como una de las plantas junto a la ventana bailaba con la oscilación del sonido. Me interrumpiste para continuar:
– Ya hemos llegado al límite, no ha sido posible dar marcha atrás. Hemos intentado encontrar un antídoto, las últimas pruebas no han tenido resultados favorables. Es posible que las horas en el laboratorio se extiendan. Esta peste es de poliuretano. Se absorbe a través de la piel, y va penetrando a las personas ahogando sus células; no es una muerte rápida, se extiende con libertad…
– … Con libertad en el cuerpo en el que se aloja, atrofiando de modo agudo cada una de las células. El debilitamiento es una de las principales reacciones, posteriormente y esto sonará terrorífico quién se halla infectado requiere de consumir comida “chatarra” para sobrevivir, aunque evidentemente desconocemos el periodo de “supervivencia” o incubación…
– ¿Cómo sabes? ¿Has estado leyendo mis notas?
– Puedes leer mi novela, sin terminar, es lo que está escrito. Estoy tan sorprendida como tú que ahora mismo me interesa más beber una infusión de manzanilla, para calmar mis nervios.
– El avión, es lo que te ha puesto así de seguro.
Desde entonces no volviste a mencionar más sobre las investigaciones llevadas a cabo en el departamento de bioquímica en el que has estado adscrita. Y un día, simplemente dijiste que te habían habilitado un estudio y que tendrías que mudarte a vivir allá. Eso fue hace nueve meses desde marzo, los primeros tres llamabas una vez a la semana. Los siguientes tres meses de verano soñé que volverías, más es contraste, las llamadas se fueron espaciando, una cada dos semanas, hasta que llegó otoño y sólo una llamada en octubre. Ya casi será Navidad, hay alerta mundial por la peste; se han cancelado los vuelos comerciales. No he podido salir de casa más que a comprar víveres, hacer ejercicio o ir al médico si es una cuestión de urgencia; mis clases son online, no veo a nadie, ni he abrazado a nadie desde que empezó la reclusión.
Recuerdo que al llegar a Cambridge hicimos amistades con cierta facilidad, quizá tu talento para tocar el acordeón ayudó un poco, o mi voz descarada y algo entonada. Llegamos ese verano en el qué podíamos sentarnos frente al Río Cam y comer serenamente en un picnic, faltaban un par de semanas para empezar el primer curso escolar y ya estábamos instaladas. Poco a poco nuestro picnic de dos se fue multiplicando, amigas y amigos de todas las latitudes nos acompañaron casi todas las tardes soleadas de aquél septiembre. Una de esas tardes, cuando el sol se colaba entre los árboles, komorebi, recuerdo ver volar, en uno de esos almuerzos al aire libre, una botella de plástico, directamente hacia el río, y de pronto otra botella, servilletas, y hasta cubiertos desechables. Como si las hojas del árbol se hubieran vuelto objetos y en vez de orgánicos pétalos caducos anunciarán el ocaso y no el otoño. Mi mirada se quedó ahí, fija, como en otro mundo; el sol se oculto y empezó a caer una lluvia fina como diminuta y, al tiempo penetrante. Mi piel se erizo, fue como un presentimiento. Nos despedimos brevemente, tú y el resto se refugiaron en un Pub, yo me apresuré a nuestro domicilio. Una buhardilla muy cerca del Magdalene College. Así, empapada llegué a casa aquella tarde, encendí la computadora y redacté a mi tutora asignada la siguiente misiva:
"Cambridge, Inglaterra a 16 de septiembre de 2019
Estimada Dra. Janet Simova,
Modern and Contemporary Literature - Cambridge University
He recibido con mucha alegría la aprobación del consejo donde se me confirma su tutoría. Como le adelanté, mi propuesta versa sobre la ciencia ficción, y una parte del trabajo final, tal y como hemos acordado, llevará una propuesta de novela inédita por mi parte.
Le escribo para comunicarle que en breve le enviaré avances sobre mi propuesta literaria; cierto, la progresión científica de mis indagaciones servirán de respaldo para continuar en el desarrollo del género,
reciba un cordial saludo,
Gertrudis Robles Russ”.
Inmediatamente, en menos de cinco minutos de haber enviado la carta, recibí un email, por parte de la Dra. Simova:
“Estimada estudiante G. Robles Russ,
en mi opinión debe escribir la novela, y a partir de la misma podremos valorar algunos lineamientos académicos, no demore en enviarme avances”.
Empecé a escribir aquella tarde lluviosa, que poco a poco fue volviéndose una tormenta de ideas, brainstorming. ¿Realmente había imaginado caer objetos del árbol o había sido una premonición?
La siguiente semana tenía ya cinco páginas que abrían el primer capítulo de mi obra, y aunque no era mucho material me parecía lo suficientemente bueno para enviar el bosquejo y el primer avance a mi tutora; estaba esperando entrevistarme con ella personalmente, quizá podría darme una cita, tal y como se lo sugería en casi todos los correos que le enviaba. Donde siempre recibía la misma respuesta, numerada.
“Estimada estudiante G. Robles Russ, he recibido su avance literario nº 7, por favor, no demore en enviarme el próximo”.
La foto institucional de la Dra. Janet Y. Simova me resultaba inquietante; cabello naranja, anteojos verdes fosforescentes, una bata de laboratorio blanca impecable, una sonrisa como Monalisa, es decir, entre tímida y aburrida, no obstante, sonrisa. Maquillaje recargado, joyas minimalistas y un aire misterioso para descifrar su edad. Por las fechas de sus estudios y la publicación de sus libros imagino que tendría alrededor de 50 años, aunque en su foto parecía más joven. Una belleza mixta poco llamativa. Madre peruana y padre ruso, es lo qué había averiguado; aunque su madre realmente tenía un nombre japonés, y lo qué nunca pude averiguar era el significado de la “Y” entre Janet y Simova. Especialista en ciencia ficción contemporánea, remataba su largo curriculum. Nunca encontré alguna conferencia de ella, al menos no en las redes sociales, eso sí, un montón de artículos donde sugería, casi siempre, que en la ciencia ficción encontramos “la locura del sueño y la vigilia de quién escribe”. Esas palabras se habían metido como un buscapiés a mi cerebro. Nunca dudé en entregar mi proyecto solicitando expresamente a la Dra Simova como mi tutora. Ella accedió inmediatamente.
II.
Los días se fueron sucediendo mientras el avión sobrevolaba con mayor frecuencia, un día sí, el otro quizá. Era el sonido que evitaba la expansión del virus, por las vibraciones, nos decían. En cada parte del planeta sobrevolaban estas naves FZ210 (¿fuerte zumbido a las 2:10 p.m.?). Las personas que habían contraído el virus seguían acudiendo de modo regular a los supermercados. Su adicción a los empaquetados: latas, envases tetra pack, papel celofán, etc., paradójicamente les mantenía en pie, en una agonía inquietante a la que no podría llamar ‘vida’. La acumulación de residuos seguía siendo evidente, en las calles y océanos. Los que estábamos aparentemente inmunes habíamos coincidido en un estilo de vida más acorde con el cuidado de los ecosistemas. Mucha gente había vuelto a vivir en las zonas rurales durante las últimas semanas. Me acordé de aquella conversación que tuvimos antes de volar a Cambridge.
– No estoy segura de que pueda vivir lejos de la ciudad, si no es en un laboratorio. Tenemos la fortuna de estar a una hora y media de Londres; me dijiste.
– Y a 45 minutos de una pequeña reserva natural; te respondí.
Debí imaginar que nuestra historia, de lo que llamamos alguna vez “amor”, terminaría lentamente, como este virus al cuerpo humano. Mutando, plastificándose, volviendo más autómata. Cuando te comenté que había encontrado una tienda con productos ecológicos donde no te daban empaques… Aquella vez, no me respondiste directamente, fuiste a la cocina por una bolsa de papas fritas y una soda de cola. Aquella vez me miraste con esos ojos que me encantaban y me diste a entender lo que ya en palabras habrías pronunciado tantas veces “para mi es tarde cambiar de hábitos, soy de la generación de los yogures pequeñitos, de esos color rosa con aromatizante de fresa, lleno de químicos”. En México ya habíamos empezado con dietas separadas, a veces llegabas con tu cena de fast food. Yo con mis garbanzos y espinacas al vapor, poca sal y aceite extra virgen crudo.
III.
La grieta en la ventana va creciendo tan lento que va adquiriendo la forma de una columna de diminutas hormigas. Siento que debería tomar mis cosas y marcharme. Sería cuestión de ir al Departamento de Bioquímica, justo al área de Biología Química y Diseño de Fármacos, de la Universidad de Cambridge, y dejarte un mensaje con el recepcionista. Lo he redactado tantas veces: “Mi caramelo, mi oxitocina hace meses que no escucho tu voz. Sólo esa transferencia, bancaria y mensual, que dice ‘Para gastos, mucho trabajo, cuídate, te quiero’. Así no es lo que me imaginaba, y tampoco quiero esperar más. Me voy a una reserva del bosque con personas que están a salvo. no quiero ver el cristal de la ventana partirse en dos. Deseo que la máquina del Instituto de Investigación continúe teniendo disponible esa bebida oscura azucarada y esas bolsas de chatarra a las que nunca quisiste renunciar. Te quise, Gertru R.R.”.
IV.
Voy por la entrega nº 134, llevo escrito más de 365 páginas sin ninguna corrección. Ya estoy acostumbrada al mismo mensaje de la Dra. Simova. Con cada entrega los pitidos de las aeronaves se intensifican. Hay días que no escribo y esos días son los más grises. Ahora, a más de un año del inicio de esta peste de plástico los aviones sobrevuelan cada tres horas. Somos pocas las personas que resistimos a vivir en las ciudades pequeñas sabiendo que hasta los árboles han mutado y de ellos cuelgan hasta muñecos de peluche o piezas de lavadora, bujías de auto. El sol no se cuela entre esos objetos, todo perece en penumbras y en el río corren un montón de empaques. El agua que se nos suministra llega a través de horas de corte, me niego a comprar botellas con agua. ¿Por qué sigo aquí? Mi objetivo es terminar la entrega de la novela, después vendrán los congresos, las reseñas y los artículos académicos… Ah, las estancias en Oxford y Praga. No, también ya perdí esa esperanza. Creo que sigo aquí porque cada palabra que voy redactando va materializándose. Ayer, describí las explosiones de gas en la zona de los pantanos. Y esta mañana sucedió. ¿Debería dejar de escribir?
V.
Llevo tres días sin recibir agua, las tuberías están vacías. Antes de describirlo en mi entrega tome las precauciones, y todavía tengo reservas. Ayer, la Dra. Simova me dijo que se tomaba un descanso, era la primera vez que redactaba algo distinto. Me escribió:
“Estimada G. Robles Russ, sus avances son espectaculares; Nunca en mi vida como docente había encontrado una correlación entre tiempo y ficción tan coherente como lo qué usted describe; parece tan real, aunque sí, sigue siendo ficción.
Le ruego encarecidamente se tome un descanso, quizá ir a una reserva natural le permita gozar de los aromas y sonidos de los que carece su obra. Se lo solicito como una apasionada de sus letras y al mismo tiempo se lo exijo como su tutora. Sé que de igual modo podrá gozar de la luz del sol que se cuela de entre las hojas de los árboles.
Por favor escríbame una vez que esté de vuelta sobre sus impresiones, antes de la siguiente entrega. Estaré ausente una semana, así que simplemente haga lo que le requiero.
Saludos cordiales,
Dra. Janet Yumei. Simova.”
Ese mismo día tomé un tren hacia una reserva del norte. El único tren que salía cada semana; como si estuviera calculado. Tuve que tomar dos autobuses más, casi vacíos. Sólo llevaba una pequeña mochila, con una botella de cobre llena de agua, y mi libreta de notas. En menos de seis horas había llegado a las colinas del norte, podía respirar aire puro y empecé a recordar que aún era verano. Camine entre un grupo de personas que buscaban aliviarse de la peste, me fui internado entre la espesura de los árboles, mientras nos dispersábamos en pequeños grupos. Ahí conocí a Theodora, quien curiosamente llevaba un acordeón; ella había estado tratando de resistir con su música en las calles de Londres, hasta que dejó de ver luz. Hicimos un pequeño descanso, justo debajo de un roble. Theo comenzó a tocar su acordeón… “Es de Yasuhiro Koba, un japonés que ha colaborado con Björk”. Japonés, claro está, el nombre de la Dra, Simova también era Yumei.
– ¿Sabes japonés?; pregunté a Theo, quién seguía tocando el acordeón. Me gustaría saber el significado de Yumei… La música me fue arrullando, mientras observaba el color de las hojas de los árboles, en contraste con la iluminación natural comencé a parpadear…
Al despertar, me estremecí. La ribera del Cam a poca distancia, las suaves carcajadas de algunos niños y niñas a lo lejos, las caras conocidas en el Green Park. Las hojas de los árboles anunciando el otoño. Y tú, ahí con tu acordeón.Me sentí extraña, desperté del todo cuando escuche el pitar del teléfono portátil. Un mensaje de la Universidad de Cambridge concediéndome la tutoría de la Dra. J. Yumei Simova. Inmediatamente busqué en google el significado de su nombre: “sueño”.
Linda Acosta
Villahermosa, Tabasco.
Vivió 18 años en Madrid, algunos meses en Honduras, otros en Ecuador. Actualmente reside en Inglaterra. Nómada, cosmopolita. Maestra en Relaciones Internacionales Iberoamericanas por la URJC (Madrid), Socióloga por la UAM-X (CDMX). Feminista, taróloga, viajera, cocinera, sorora, anarquista. Amante de las letras y de la naturaleza.
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