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"Electricidad y magnetismo"

por Lucía S. Walls


Los humanos somos excelentes conductores de electricidad. Si una persona alza la mano para recibir un rayo bajo una tormenta eléctrica, este irá directo al corazón. No había ni una sola nube cuando la conocí, pero cuando su mano apretó la mía en un saludo, una corriente eléctrica me recorrió el brazo hasta subir a mi pecho con un cosquilleo. Me besó la mejilla sin soltarme y su aroma a cereza me resultó embriagador.

– Un placer conocerte – me dijo. Mis labios esbozaron una sonrisa nerviosa en su dirección. Sentí la necesidad de buscar su mano nuevamente cuando soltó la mía, como un reflejo, pero ella ya caminaba en otra dirección, tomada del brazo de su acompañante. Ella volteó unos segundos después sonriendo triunfal al ver que mi mirada la seguía.

– Marina – me llamó Alberto, quien aún mantenía abierta la puerta de entrada – ¿Todo bien?

– ¿Quién dijiste que era ella? – pregunté.

– ¿Daniela? Es una amiga de la universidad.

Alberto cerró la puerta después de dejar pasar a otro grupo de personas y fui tras él cuando caminó al patio para integrarse con sus amigos. Abrazó a su novia por la espalda y le dio un beso en la mejilla.

– Prima, puedes intentar platicar con otras personas, no tienes que seguirme a todos lados.

Me alejé de él, cohibida. Nunca había sido mi fuerte hacer nuevos amigos. Comencé a caminar observando a los invitados. La mayoría sostenía una bebida en la mano y algunos bailaban efusivamente. Vi a Daniela acercarse a la mesa de botana que estaba a un par de metros de mí. Me acerqué a ella, cediendo al magnetismo que había quedado tras el paso de aquella corriente eléctrica.

– ¿Nos conocemos de algún lado? Tuve la extraña sensación de que así era – le dije.

– Se le llama atracción, nena. Yo también la sentí. – me sonrió de medio lado, guiñándome un ojo. Aunque parecía confiada al hablar, sus mejillas se tornaron del mismo color que sus labios pintados al reducir más la distancia entre nosotras.

– No, espera, es que yo no…– mi lengua se trabó y di un paso hacia atrás, pero mi pie golpeó contra una silla.

– Ya veo, no has salido del closet – sus brazos se cruzaron y, decepcionada, se disponía a irse.

– Daniela – la llamé, impulsada aún por esa fuerza invisible que se negaba a dejarla ir. Ella se detuvo, pero me siguió dando la espalda. Llevaba su cabello negro suelto, contrastando con su nívea piel –, si realmente es eso no quisiera quedarme encerrada, ¿me ayudarías a salir? – se giró y con una amplia sonrisa me tomó de la mano y me hizo correr tras ella adentro de la casa.

Nos escondimos en la cocina y me puso contra la pared. Presionó suavemente sus labios contra los míos mientras mi corazón latía tan deprisa que sentía que me desmayaría. Sabía a dulce de cereza, lo cual me hizo reír un poco, interrumpiendo el beso. Nos miramos unos segundos sonriendo y acerqué su rostro al mío nuevamente, anhelando su sabor. Dejé que esa energía que había entre nosotras nos recorriera con una celeridad que aumentaba con la cercanía de nuestros cuerpos.

Fue un segundo. Para mí fue solo un segundo, pero la noche ya había acabado y me había quedado claro que el magnetismo que nos unía en ese momento nos haría inseparables.


 


Lucía S. Walls es originaria de Nuevo León. Con 27 años comienza la búsqueda de su camino en el mundo de las letras, con el que ha tenido romances fugaces que por fin llega a consolidar. Lucía encuentra su libertad y su propia voz en la escritura, explorando las emociones humanas en mundos tanto realistas como fantásticos.


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