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Foto del escritorElizabeth Gómez Cortés

Desfile

por Elizabeth Gómez Cortés


Bien enterrada en el rasgado sillón de galanterías ocultas por la mugre, observaba por un tiempo a los que vivían de manera cotidiana en el mismo espacio que ella durante toda la mañana. A pesar del desarrollado tumor que sobresalía de su nuca, sus tíos, abuelos y padres había dejado de contemplarla desde hace bastante tiempo como una persona que debían procurar.

Cada día y en mayor frecuencia dejaban que observara inmóvil la televisión, la alimentaban como una mascota más, sin interacción, sin compasión, podría decirse que casi sin amor.

Eva, estaba emocionada de recibirla y resguardarla en su vientre, se habían enterado de su venida, un día soleado lleno de flores, bárbaramente se encontraba cargando un paquete inmenso de rosas que vendería por ser día de las madres, cuando un mareo aunado al brutal dolor de pechos le hizo ver que necesitaba una prueba que desmintiera los diez días de retraso en su ciclo mensual. Tuvo que sostenerse del barandal y volver con la marchanta, encargar el bulto con la misma señora con la que lo había comprado, buscar de emergencia una farmacia, cómo si el tiempo que corriera pudiera cambiar la verdad que estaba por descubrir y entonces compro una prueba de embarazo. Una vez en el baño público entró temerosa, emocionada, adolorida y confundida de las posibilidades.

A veces, si no es que casi todas y cada una de las veces, las únicas que pueden estar al corriente del torbellino de sensaciones son las futuras madres, las que cuidan y apapachan, educan y reforman; las próximas en abortar y continuar con sus vidas dejando al aire la pregunta de si hubiera sido mejor dejar el producto en el vientre o desertar y permitir que la vida siguiera. Existen también las que dejan absolutamente todo en manos del destino y de cualquiera de sus dioses, a pesar de que tienen ya un cuarteto o quinteto de designios del señor, ya sea bien o mal acomodados en el nido familiar para dar entrada a su vida a un nuevo integrante, las que a final de cuentas esperan un producto dentro del útero, dejando que sea su papel de mujer el que hable en pos de lo socialmente bien visto.

Eva pensaba que no estaba hecha para ser mamá, creía que su útero estaba seco y hueco después de tantos intentos fallidos, no podía ser posible, pero realizaba la prueba como una forma de seguir creyendo en los milagros.

De cuclillas en el retrete orinó la prueba escurriéndose por los dedos, tenía miedo, Tres a cinco minutos era demasiada espera, sobre todo en un baño público donde existe una fila de mujeres gritando finamente “¡a cagar a su casa, el baño es público, si quieres te paso el periódico y el cigarro”. Ella estaba acostumbrada a guerrear, contestar e incluso era la que de vez en cuando gritaba más barbaridades en tono burlón y retador a las desconocidas que asomabas sus pies calzados con chanclas, zapatos o tenis de colores llamativos y sucios por la parte baja de la puerta del sanitario, pero esta vez, se sentía como una niña ansiosa, como cuando vas a recibir la noticia de si pasaste un examen importante o la entrevista de trabajo, Eva tenía tantas cosas en la mente, una emoción mezclada con miedo, sobre todo por el hecho de no tener semejantes descripciones telenoveleras, las de una mujer profesionista que se enamora de un arquitecto y la lleva a una luna de miel entre cañaverales y mares de azul profundo, las de Pedro Infante y su chorreada sopesaban la pobreza con un tesoro amoroso e inquebrantable, Eva sólo tenía a un Justino que no hacía valer su nombre, que no sabía de justicia, no sabía de amor pasional, no sabía más que acompañar y brindar pocos detalles para no hacerla sentir mal, así que digamos amar amar, pues no era lo suyo.

Justino sin embargo tenía un trabajo a su nivel, en sus tiempos, a sus ratos, con sus conocidos, se pasaba los días haciendo mandados, al licenciado, a los carniceros, a los doctores, “Jacinto por favor necesito que mañana me arregles aquí y me le pidas al del periódico que no lo aviente por arriba del zaguán porque se moja, Jacinto por favor ayúdame a recoger las cosas que encargue en la tienda, nada más fíjate que no me den frijoles con mucha piedra, Jacinto por favor necesito que vayas a llevar esto a la paquetería y cuando regreses si puedes me ayudes a lavar el carro y por cierto, te quedaran estos zapatos y playeras que saque, me da cosita tirarlas porque están buenas”.

Era un hombre que se sentía valioso porque muchos lo llamaban para darle encargos de los que ellos no podían encargarse, sentía que su vida tomaba sentido cuando le agradecían y él ya sabía las rutinas o los consejos y adelantándose a los hechos incluso tomaba decisiones, comprando pan a Doña Esther y llevándoselo cada mañana, total si ella no se lo comí se lo iba a regalar diciéndole, hoy ya tengo, mejor comételo tú.

Estaba con Eva porque ella le hacía de desayunar bien rico, era muy atenta y le tenía ropa limpia y planchada, no podía decidirse a casarse o dejarla porque no sabía si su vida seguiría siendo la de un hombre ocupado en ocupaciones ajenas o la de recibir la oportunidad de ser algo más que un gran servidor público de la población servicial.

Eva vio cómo ambas líneas se dibujaban en la prueba de embarazo, y su estómago se sintió descontrolado, no le quedó más que vaciar los intestinos antes de salir corriendo a decirle a la señora de las flores que estaba embarazada y que tenía miedo de que pudiera pasar. Doña Julia se sorprendió, le dijo que tenía que dejar de cargar tan pesado, tantas flores, le pidió a su hijo que la ayudara a pedir un taxi, para llegar rápido a su casa a darle la noticia a Justino, pero Eva se negó, para ella lo más importante era ejercitar ese cuerpo de edad adulta para lo que fuera que el destino le tenía preparado, cargó su bulto de flores y se fue con la mirada brillosa, no se supo si de alegría o llanto.

Exactamente nueve meses después llego Gloria, los doctores nunca se dieron cuenta de que tenía un pequeño tumor detrás de la cabeza, en la nuca, pensaban que era algo de nacimiento que podría quitarse, y a sus casi siete años se veía más como una nueva cabeza que sobresalía, Gloria había sido una bebé muy despierta, aprendió rápido a gatear, a levantarse y caminar, pero los doctores les decían a sus padres que lo mejor era quedarse quieta por temor a que su cuerpo no pudiera sostenerla y cayera de cara. Los abuelos de Gloria, papás de Jacinto les dejaron vivir en casa para poder entre todos cuidar de la niña, a su paso fueron haciéndola inútil, le hacía todo, hasta ponerle la cuchara en la mano, sobreprotegida incluso para hablar, Gloria nunca fue a la escuela preescolar, y en la edad de entrar a la primaria, no caminaba, no hablaba mucho y solo entrecerraba los ojos todo el día, excepto por la mañana que dejaba que todos iniciaran su día postrada en el sillón.

Gloria por su parte era una bebé muy despierta, se sentía amada por sus abuelos y por sus padres que a pesar de todo había decidido permanecer juntos y ser una familia más confundida, dejando que el destino se abriera para darles sorpresas. Gloria los amaba no sabía de su condición hasta que le pidieron que dejara de moverse, entonces empezó a escuchar la voz, siempre la acompañaba, le hablaba bajito y dulce, le decía palabras muy difíciles y la instruía, le dejo muy claro que sus padres y abuelo son podían hacer nada por ella y al pasar del tiempo ellos iban a cambiar, le advirtió sobre las formas bruscas y secas de dejarla postrada en un sillón en una cama, en la mesa servida, frente a la tele, y le pidió que cerrara los ojos y le enseñaría siempre cosas desde dentro.

La voz a veces era violenta, fuerte, también la regañaba pero ya le había prohibido llorar, le decía en ratitos antes de dormir que el día había sido muy productivo y que nadie había notado nada, que no se sintiera triste, un día los dos serían libre y podrían verse frente a frente. Gloria frente sus papás y abuelos, frente a los doctores y enfermeras, era una niña tímida que solía hablar sola en una especie de autismo que si cerraba los ojos era porque se sentía mal o tenía dolor, que sí no hablaba mucho era porque tenía un retraso.

En la mañana del 16 de septiembre, después de la fiesta, la música alta, los tragos, el exceso de pozole y pambazos, cuando el dolor de espalda que punzaba después de haberla dejado olvidada en la cama desde la hora de la comida, donde le arrimaron un poco de caldito con pollo y un bolillo para remojar y comer pero luego la olvidaron por completo, fue cuando Gloria esperó hasta la madrugada dormitando, cuando la voz interna con fuerza susurro

-Despierta es hora… no pasa nada yo te diré que hacer-

Se levantó y unas lágrimas de nostalgia se derramaron ante la imagen del angelito que le había dado Eva cuando era una niña de dos años, la voz le dijo con tono bajito -amor, es tiempo ellos no han pensado nunca en ti, no llores-

Gloria tomó de la cocina las tijeras de pollero que guardaba su abuelita, con fuerza empezó a cortarse el tumor, guiada por la voz, después de treinta y siete minutos, volteó a ver el bulto salido de su nuca y pudo mirar el rostro de masa defectuosa que estuvo oculto por años dentro de sí, ojos y boca horripilantes dentro, rosando su cerebro, esa cara que le habló durante toda su infancia y que le había pedido le pusiera un nombre, que lo amara, se hicieran cómplices y amigos.

Después de verle se sonrieron y Gloria lo deposito suavemente en una bolsa de mandado, se lavó la cabeza, se zurció con un espejo y se vendó, se puso un gorro para el frío y cambio sus ropas, fue a la cocina y abrió todas las llaves del gas de la estufa, pensando en que todos se encontraban terriblemente dormidos.

Gloria caminó a la salida junto a su acompañante amorfo colocado en la bolsa, se miraron una vez más y al escuchar pasar a los aviones del desfile, Gloria simplemente arrojó la bolsa con el contenido ensangrentado y deforme al interior de la vivienda, y al escuchar un grito desgarrador - ¿Por qué haces esto Gloriaaaaa? ¡No me dejes aquí!-

La niña cerró la puerta sin hacer ruido, suspiro y corrió torpemente hacia donde volaban los aviones con una sonrisita, ojos llorosos y mejillas mojadas, mirada perdida sin decir absolutamente nada.



 






Elizabeth Gómez Cortés

Mexiquense, originaria de Naucalpan de Juárez, Estado de México, Licenciada en Ciencias de la Comunicación, directora de Tonal Estudio, Productora Independiente, es gestora cultural, diseñadora de talleres interdisciplinarios combinados con la fotografía y el video, es amante de la comida regional y escritora de relatos y cuentos de terror y ficción, decidecompartir letras para generar conexiones.


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