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"Anhelos rotos"

por Bonny Durand Cornejo


Todos debíamos dormir a las seis, no antes, no después.

Al día siguiente nos ponían en fila, como cuando las vacas van al matadero, o las gallinas a una olla hirviendo para ser desplumadas.

- Sonrían, párense derechos, miren de frente, hoy puede ser el gran día.

Ellos nos ven desde un vidrio viejo, no tienen rostros, pero si una voz gruesa y escalofriante. Queríamos tener unos padres, una familia y un cuento de hadas con final feliz.

Los sin rostro vienen todos los días, una voz diferente cada mañana y nosotros soñando cada noche con salir de este encierro.

Son las seis y una, no pretendo dormir, si la muerte me espera más allá del pasillo, no importa. Me arriesgo y tengo los ojos bien abiertos, saco mis juguetes, los rompecabezas y un espejo con el que logro ver una figura. Parece ser una mujer, o varias mujeres que vienen a llorar por sus hijos, nosotros los perdidos, los sin alma, los “NN”.

Ellas me llevan de la mano y sé que no debo verlas a los ojos, son medusas o gitanas que hechizan mi alma de niño, me arrullan y yo me dejo llevar por sus voces sublimes y tiernas.

Escucho la voz de mis hermanos, los desaparecidos que tienen fotos a blanco y negro pegadas por todo el orfanato.

Lloro, ellas son bestias de vientres vacíos y con ropas de harapos que debo desaparecer. Una de ellas me llama por mi nombre, ¿Eres tú mamá?

Ella está cubierta con polillas y mariposas negras que me advierten que no debo escucharla. Me abraza y me lleva hasta mi habitación. El amanecer la aleja de mí, nuevamente me convierto en un sin nombre. Quiero una mamá y un papá.

Ellos vienen por mí todos los días, ¿Quién soy yo para decir que no? Buscan un hijo y yo unos padres. Solo quiero alguien que me abrace y me de muchos besos en la frente, tantos que curen todos mis vacíos.

Por fin una pareja decide llevarme. Tengo dos padres, uno con bigotes dibujados y otro con peluca postiza, soy feliz o eso creo.

Hasta hoy sueño con ella, que vendrá a rescatarme con una capa de mujer maravilla, aun dejo mi ventana abierta solo para que ella pueda pasar.

Ella jamás vino hasta hoy, la soñé, la abracé en cada día de la madre que tuve una taza de leche fría frente a mí, me pregunté si ella, sabría que soy intolerante a la lactosa o que ya no tengo muchos dientes por comer tantos caramelos de limón, que amo las galletas de soda y que nunca tuve el juguete de las vitrinas que tanto quería. Que lloro en el ropero, porque es el único lugar donde encuentro mi mundo, que me gustan los gatos porque son libres y corren por los techos de calaminas.

No pienso que recuerde, quisiera contarle que mis primeros pasos los di apoyado en la pared, sin su voz que me guiará por ese enorme pasillo de lamentos donde la lloré.

Dicen que los niños como mis hermanos y yo no tenemos alma, que somos como ángeles con alas rotas, sin plumas ni areolas. Supongo que la muerte hubiera sido mejor compañera que ella, pero aun así la perdono. La lloré, le puse muchos rostros, como el de la señora Carmela que me regalaba unos shorts muy lindos cada Navidad. A veces ella lucía el rostro de Simona que preparaba la comida en el orfanato, de cuando en vez tenía el rostro de Sara, de las tres siempre quise que fueras ella. Sara era hermosa, venía cada mañana hasta nuestra habitación y me daba el primer beso en la frente, acariciaba mi cabello, me decía lo importante de lucir como un caballero y que todo niño bueno debía orar todos los días. Ella se fue, no sé si sea que vine como un ser maldito a este mundo, o que su acercamiento hizo que el halo gentil de la muerte la llevará hacia el más allá, donde esta mamá.

Sara, mi mamá se llama Sara.

Todas las noches antes de que mis padres me recuesten, le pido a Dios que la cuide y que la llene de estrellas, ella fue la luz más hermosa que haya tocada a este niño sin corazón. Ella me dio un nombre, Giuseppe. Amo mi nombre y la habitación de planetas y cohetes que han fabricado mis padres. Aún tengo las fotos de mamá en mi habitación, tengo 2555 fotos de ella, una por cada día que la imaginé y que la soñé.

Aún ahora imagino el calor de sus abrazos. Ellos me aman, pero no es lo mismo. Mi madre aún vive en los pasillos del orfanato, estoy seguro de que no ha envejecido y que aún ciego podría reconocerla, tengo algunas polillas, mariposas negras y harapos suyos debajo de mi cama. Trataré de quedarme despierto hasta las seis y una, pueda que vuelva a verla.

Ahora no sé si ella quisiera conocer a sus nietos, ha pasado tanto desde la última vez que la vi. Francesca la dibuja igual que yo cuando pequeño, los dibujos de ellas van creciendo y tienen un lugar especial en la casa, 13400 dibujos que se confunden con los míos y el ruido de las polillas que dejaste en mi interior.

Es hora de ir a cenar, como todos los años tu nieta y yo pondremos unas velas y pediremos que donde quiera que estés, sea Sara que te dé un abrazo, ese que nunca te pude dar.

Algún día estaré contigo, cuando la muerte haya carcomido estos huesos que las polillas y el tiempo no han podido roer.




 

Bonny Stephany Durand Cornejo, de Nacionalidad

Peruana, 36 años, de profesión:

Ingeniera de Sistemas.

“La escritura es libertad. Escribir puede llevarte a viajes inimaginables llenos de aventuras y nuevos personajes.

Escribir es abrir nuevas ventanas hacia vientos desconocidos, es crear con

bondad y transmitir todo aquello que vemos, oímos y sentimos con palabras que edifican el alma”.


Formación:

* Un año de estudios en el Taller de Escritura creativa de Kathy Serrano.

* Participé en el Laboratorio de

narrativa "Ellas escriben" brindado por Petroperú S.A. bajo la dirección de Kathy

Serrano.

* Participé en el taller de cuento dirigido por Ricardo Sumalavia Chávez.


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