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500 libras, un cuarto, ¿y un fantasma propio? - Elizabeth Becerril

Hace poco me mudé, con la intención de soltar algunas paranoias, bloquear monstruos y saltar del azul más profundo que he conocido a un arcoíris de posibilidades. Debo confesar que en ese lugar no solo había terribles pesadillas, sino que durante meses sentí la presencia de Virginia Wolf en ese departamento. Apareció poco después de que yo llegara a la gran ciudad y las decepciones no se hicieran de esperar. El fantasma de la escritora se coló a mi habitación, tomó asiento frente a mi y no me perdía ni un poco de vista.


Supuse que su estancia era efímera y que venía a recordarme que tenía un montón de privilegios que no debía ni tendría porqué desaprovechar. Acepté su estancia con un irritable suspiro, pensando en que me vendría bien un poco de presión para comenzar a ser “productiva”. Al fin que eso era lo que todos esperaban de mí. Realmente no pensé que se fuese a quedar tanto tiempo.


Al principio solo me miraba fijamente sin emitir un sonido, aprendía mis movimientos, mis rutinas, mis palabras, mis canciones favoritas, lo que comía y lo que no. Quizás pensó que su presencia era suficiente para hacerme escribir. Creo me subestimó, y tampoco valoró el desorden de mi vida, el caos de mi mente y la ansiedad que me comía viva de cinco a diez.


A solo unas semanas de estar ahí, y de que su vestido viejo y polvoso se llenara de pelos de perras inquietas que no hacían más que verla extrañadas de su naturaleza, habló.


— Veo que tu tiempo está siendo desperdiciado.


Giré un poco mi cabeza para mirarla de reojo, decidí aceptar su comentario pero me sentí bastante ofendida. Después de sentir mi cabeza hirviendo unos minutos, decidí responder.


— Sí, no estoy siendo productiva. ¿Y? — Paré un poco, ¿yo estaba siendo agresiva? ¿Realmente tenía que tomar el comentario de un cadáver de 80 años de antigüedad? — No entiendo el problema. Ni siquiera sé porqué estás aquí. — Respondí con la poca autoridad que sentí en mis adentros.


Me arrepentí de mis palabras después de un rato. Creo que yo la llamé. No estoy segura. O al menos, la pensé tanto que quizás la saqué de su tumba. Pensé en esas 500 libras y ese cuarto propio. Yo lo tenía, pero no contábamos con que la depresión no es fácil de lidiar.


Su presencia era cada vez más pesada para ambas. En sentido literal. Yo veía que ella colocaba una piedra nueva cada día en mi saco, cada día que no hacía lo que ella quería. Y yo sentía el peso de cada piedra. A veces sentía que me ahogaba por tanto que cargaba. No solo eran todos los problemas que ya tenía, ahora tenía un fantasma que no se iría hasta que le diera los párrafos que quería.


No había mencionado su presencia hasta días antes de decidir buscar un nuevo departamento. Pensé que era momento de mencionar al fantasma que no me dejaba llorar en paz a mitad de la noche. A mi me gusta hacer metáforas de mis demonios favoritos, pero Virginia sobrepasaba la realidad. Cada día hablaba más y más, juzgaba cada parte de mi día, no entendía el porqué de mis decisiones.


Decidí mencionarla porque leí a Gloria Anzaldúa, una recién conocida que se sentía como una vieja amiga. Quizás juzgue un poco a Virginia, por su insistencia, su inapelable estadía en mi departamento. Pero ella tampoco puso mucho de su parte al explicarle que este es otro siglo. Acá ya existe el internet y todo se complica un poquito más, incluyendo los sentimientos, las emociones, los fragmentos de una vida agitada.


Le tengo miedo a la escritura. Pero al mismo tiempo, me siento libre cuando me pierdo en ella. Siento que mis dedos no pueden parar y solo ellos saben qué escriben, mientras yo lo leo y me causo confusión. ¿Realmente esto es mío? ¿Conozco estas palabras? ¿Por qué suenan como si las hubiera utilizado miles y miles de veces? ¿Por qué cuando me leo, me desconozco? ¿Por qué pareciera que la persona que escribe toma buenas decisiones, pero quien lo lee no?


Entiendo lo que es sentirse descalzo en la escritura. Cuando tenía 17, descubrí el amor por escribir donde fuera: en la escuela, en el camión, caminando, bajo la lluvia, cuando lloraba y cuando reía, cuando cocinaba, cuando escuchaba música, cuando me quedaba en silencio. Eran pequeños fragmentos de mi vida que contaban toda una historia. Una historia sin fin, una historia que podía ver en mi cabeza una y otra vez.


Y, ahí están esos fragmentos, siguen escribiéndose cada día; desesperados por ser leídos por alguien que no sea yo, por alguien que no conozca mi historia, mis dudas, mis miedos, mis logros, por alguien como Virginia.


Pero jamás se los pude leer a Virginia. Y creo que no lo podré hacer. Un día nublado regresé a mi departamento y ya no estaba sentada en su silla. No sé qué ocurrió. No sé si se rindió en su tarea. O quizás alguien más la llamó. O alguien más necesitaba un fantasma en su casa. Tal vez fue por un café. No sé. La verdad es que su presencia no me molestaba pero tampoco me hacía sentir bien. De todas formas, de vez en cuando pienso en ella y su manera de sentir, de vivir y de escribir.


Las piedras en mi saco beige están siendo molestas. Cuando camino hacia el metrobús pienso que sacarlas sería lo mejor. Pero a veces de regreso a casa pienso que es mi obligación tenerlas. No lo sé. Gloria me recordó cuando a los 17 escribía para decirme a mi misma quien era, qué estaba pasando, qué sentía y hacia dónde iba. Yo estaba escribiendo para explicarme porqué el mundo había cambiado. Y cuando todo terminó, deje de escribir.


Supuse que ya no tenía más que decir. Pero algo en mi siempre quiso volver a sentirse como me sentí. Pero no sabía cómo regresar. De hecho, nunca supe cómo terminar esos escritos. Nunca les di un final.


Hace unos años, decidí que tenía que volver a escribir. Aunque fuera la idea más tonta que se me cruzara por la mente, porque esos fragmentos tenían un significado, quizás no en ese momento, pero lo tenían. Fue hasta hace poco que comprendí porqué los estaba escribiendo: Si mi vida estuviera escrita en un libro, tendría muchas notas de pie. Pequeños pensamientos atemporales que deciden permanecer a lo largo de mi vida.


Quizás definen un antes y un después, pero no encajan en mi día. No es lo que le contarías a un fantasma, porque al ser leídos separados y revueltos no tienen sentido. Simplemente, son pensamientos, oraciones, palabras, unas simples notas al pie de página…


Gracias a Gloria, comprendí que esas piedras estaban acompañándome por muchas razones, razones suficientes para que Virginia las hubiera dejado en mi saco. Y no precisamente para hundirme, sino al contrario, para que el dolor saliera a la superficie y me permitiera respirar. Entendí que tenía que escribir, escribir grandes poemas, pequeñas novelas, suaves canciones y fuertes pensamientos, algunas frases y muchas oraciones. Entendí que tenía que escribir notas al pie de página de mi historia.


Virginia pensó en lo que era necesario para escribir en su época: 500 libras y un cuarto. Pero, en la época actual, yo podría agregar que también necesitamos fantasmas propios, que nos obliguen a escribir, que nos acompañen. Pero también necesitamos más Glorias que nos hagan más suaves las palabras, con más sentido, con más valentía. Que podamos comprender que es justo lo que nos detiene, lo que nos tiene que hacer escribir.


Si un día, Virginia decide volver a buscarme en mi departamento, sé que estaré lista para darle lo que siempre deseó de mi: decisiones. Mientras tanto esperaré en mi cuarto, junto a una silla vacía, mientras escribo mi día a día para volver a ver su fantasma.



 

Mi nombre es Elizabeth Becerril, tengo 28 años, estudié Comunicación y Periodismo en la Universidad Autónoma de Querétaro, con línea final en audiovisual y diseño. Estoy interesada en el movimiento de la fotografía y las redes sociales como factor clave en la democracia en los últimos años. Actualmente me dedico al diseño de contenido de redes sociales, así como fotografía y video en el ámbito político.


Me gusta aprender y conocer, amo el arte en sus distintas formas, e intento practicar un poco de todo: pintura, literatura, fotografía, cine. Pero me encanta la fotografía y escribir, son mis grandes pasiones. Por lo que tengo cursos en: Escritura Creativa; Redacción y Ortografía; Análisis y Escritura Autobiográfica; Crónica Latinoamericana; y Fotografía Creativa.


Dentro de la fotografía estoy aprendiendo por mi parte sobre colorimetría, ya qué hay mayor manejo de emociones y sentimientos a través de los colores. He trabajado como fotógrafa para revistas con contenido social y cultural. Como escritora he publicado por medio de revistas algunos cuentos, además de escribir novelas y poesía que quisiera publicar algún día.


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