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Foto del escritorLinda Acosta

"Útero"

por Linda Acosta Rodríguez


“No nacemos como mujer, sino que nos convertimos en una”.

–Simone de Beauvoir–.


Mamá me llevó en su seno, fui la primera, la de en medio y la última. Mamá tenía como primeriza muchos sentimientos encontrados. Y lo qué más tenía era amor para mí. Ella venía de una familia desestructurada, así que su primera hija significaba tanto, el poder dar todo el amor que ella necesitaba, dar una educación y un cuidado. Entonces, pudo realizar uno de sus sueños más anhelados: una familia, como socialmente se esperaba de todas las uniones entre una hembra y un macho.

Yo llegué danzando con otras estrellas, veníamos jugando por la galaxia espiral, y algunas de las almas viajeras decidimos bajar a jugar un ratito con la hermana y madre Azul. Ahí, o aquí, el espíritu toma forma de materia, podemos experimentar situaciones muy distintas que en otros planetas. Azul se encuentra acompañada por Luna, también nuestra hermana. Ambas han decidido experimentar ser madre y tía. Providencia y deidad, reflejo y recordatorio de la armonía con la unidad. Azul nos acoge en sus aguas, la Luna girando en su órbita nos recuerda la importancia de la compañía. Ambas son la una con la otra, Azul encrespa sus mareas cuando la Luna se acerca. Observar sus ciclos y fases nos ha dotado de alimentos, de asombrosos paisajes y de autoconocimiento con las propias sinfonías internas.

Cuando llegué a la esfera Azul entré sumergiéndome en sus aguas, y vi una luz brillante que fue guiándome. Mientras perseguía la luz sentí que mi propio resplandor cobraba forma, humana, mi halo de estrella se transformó en mi cuerpo, poco a poco me percate de mis extremidades, mis órganos comenzaban a brotar y entre ellos el cerebro, el corazón y mi útero. Mi experiencia humana me llevó a experimentar nacer como niña. Al llegar al final del túnel iluminado, escuché: ¡Una niña! Lloré de alegría, de miedo, de dolor, de cansancio, de sorpresa, de amor, de gratitud, de ser y estar. Mi cuerpo emanaba humedad, como una obra de arte recién dada a luz. Pronto me presentaron a mi madre humana. No recuerdo si la elegí o si se me asignó, o si ella me eligió a mí, o entre las dos ambas. Recuerdo que cuando vi sus ojos se me hicieron familiares, y en poco tiempo le respondí con una sonrisa. Era mi hermana y mi madre, y yo como Luna representaba un satélite amoroso en su vida. Comprendí que podría ser portal como Azul más adelante, siempre que así lo eligiera, o seguir siendo Luna, ambas divinas.

Mi padre humano fue un proveedor generoso, como el sol que ilumina por las mañanas de invierno, cálido hasta en los momentos más críticos. Fui creciendo como niña, y tanto amé a mi madre como a la propia Azul, pronto me hicieron llamarle ‘planeta tierra’, y a la hermana madre que ofreció su portal para que yo llegara como experiencia humana le empecé a llamar ‘mamá’. Conforme fui creciendo se me permitió experimentar todo aquello que estuviera en la lógica de unas normas flexibles; es decir, si hubiera caído cerca de otros ángulos de la tierra posiblemente nunca hubiera podido andar en bicicleta. Yo tenía la enorme fortuna de poder trepar árboles y de usar faldas o pantalones. Desde pequeña me sentí más cómoda con faldas y pantalones cortos. Seguí creciendo y vi a mi padre llegar ‘contento’ a casa, oliendo a brebajes extraños y con manchas en formas de labios en la camisa. Mamá se enojaba y gritaba furiosa, yo no entendía si papá llegaba contento cuál era el motivo por el que mamá se comportaba encolerizada y desafiante.

Los conflictos entre mis padres humanos iban creciendo, mientras mamá le gritaba ‘mujeriego’ o ‘borracho’ yo empezaba a experimentar cambios en mi cuerpo, aquellos que me permitirían elegir ser mujer. Nací con vagina, con ovarios, útero; yo elegí ser mujer no como única opción, sino como parte de una decisión cultural. Me eduque de tal modo que llegar a los 15 años era todo un símbolo de mi presentación en sociedad. Sí, decidí ser mujer, después entendí que había otras opciones creativas y no solamente las pre-establecidas, mas la disertación del ser me llevaron voluntariamente a optar en esta vida ser mujer. Experimentar batallas para lograr balances, en la ilusión de la dualidad. Desde fuera de Azul todo es totalidad, dentro de Azul se asignan roles para poder gestionar la materia; dichos roles han presentado históricamente en el proceso humano una serie de desequilibrios que hacen parte del pedaleo evolutivo. Elegí ser mujer como potencialidad distintiva al género dominante; en Azul los hombres habían conseguido sostener una serie de ventajas por encima de las mujeres, esto me significaba más que un pleito un camino de transformación desde mis propias inquietudes.

Mis padres discutían todo el tiempo, papá era un hombre apuesto y aunque seguía cumpliendo con su rol de abastecedor de bienes, incluido mi bienestar afectivo, como esposo de mi madre había incumplido una serie de acuerdos y contratos que ellos mismos habrían pactado. Un día papá murió, fue un accidente el modo en que su alma encontró la salida; yo era una adolescente. Mi mamá se tomo el vientre con las manos, y me dijo:

–He podido salir adelante en el parto, así que vamos a lograr juntas salir adelante.

–Sí mamá-, respondí sin entender exactamente qué significaba eso.

En aquella época fui pretendida por un muchacho bastante tradicional, era como estar con mi madre, quien por cierto aprobó mi relación con ciertas reservas. Horarios, reglas de etiqueta, y con ello el tratar de moldearme en mi forma de vestir. Yo recordé a papá que era libre, no sé cómo no entendí en ese momento que estuve desbalanceada con su pérdida a tal punto que empecé a idealizar su ausencia.

Nunca busqué a papá en otros hombres, siempre le di su lugar, el del héroe que llegaba alegre a casa. Un día, sin embargo, esta perspectiva dio un giro de ciento ochenta grados, poniéndome en el sitio de mamá cuando uno de mis pretendientes decía quererme más que a ninguna mujer, incluida una esposa de la que me prometió separarse si yo le esperaba al divorcio que nunca llegaba. Eso me causó tal asombro, porqué si bien nunca sucedió siquiera un roce entre ese hombre y yo, pude entender a mi madre humana y su furia. La esposa de aquel hombre podría haber sido mi madre, y su hijo pude haber sido yo misma. No quise ser amante oculta porque valoro mi brillantez y mi cohesión con las notas musicales de toda la sinfonía.

Me aleje de aquel pretendiente tanto como pude, comprendiendo que la atracción que pudiéramos tener simplemente era parte de todo el magnetismo que requería el desarrollo de nuestro propio pedalear, esto es, de nuestro encuentro de ánimas y progreso en distintos horizontes. Esa ruptura dio como centella un nuevo amanecer, un dolor que fue aliviándose con gratitud, al recordar mi principio, mis raíces, mi luminosidad.

Papá había prometido fidelidad en un consenso social , al menos mientras fuera parte de la construcción familiar que él mismo había decidido junto a mamá. Él había fallado a mi madre, y por tanto, a mí como mujer, en una versión extendida. Eso fue lo que entendí en la complejidad humana. Así, decidí que el matrimonio y la familia no serían para mí. Solo entre libres podría experimentar un amor puro, transparente, profundo como el de los universos. Aspiraba a no atarme a una historia humana, en mi fondo recordaba el baile cósmico del que provenía mi origen sagrado.

Muchas de las estrellas, es decir, todos los habitantes en Azul tendemos a olvidar nuestra procedencia; asumimos roles que coadyuvan a la experiencia de la materia. Elegí ser mujer, y con ello tuve la oportunidad de ser portal de almas, tal como yo llegué; por mi parte decidí que mi experiencia humana era entre otras ocupaciones sanar la herida que tanto mi madre como yo habíamos adquirido en una familia sin estructura hetero tradicional. Temí, quizá, repetir patrones y por tanto tomé la iniciativa de hacer mi camino en solitario. Quizá, vi una oportunidad para brillar con mi propia luz, echaba de menos las noches oscuras, donde en el recorrido común de constelación podía seguir mi propio ritmo, sin tantas estructuras, armoniosa y cuidadosa estrella.

Humanamente, fui objeto de sospechas, al no centrarme en la narrativa normativa de la sociedad patriarcal imperante. Se sospechó de mi preferencia sexual, de mi capacidad para asumir responsabilidades, de mi actitud afectiva y diligente. El no utilizar mi útero como vasija para un embrión fue el acabose para propios y extraños.

Aquello fue, sin duda, mermando mi inconsciente. Materializar la enfermedad es la única manera de sanar. Al final, todos y todas cruzaremos la salida el juego de la vida; volveremos al hogar, como cuerpos celestes que bailan infinitamente. Ahí en Azul, o aquí, portamos la materialidad como parte de la existencia. El cuerpo se irá gastando, como las cartas de una baraja heredada generación tras generación. La enfermedad se manifestó, ocurrieron eventos inusuales en mi figura; finalmente se me diagnosticó miomatosis uterina, es decir, al cruzar los cuarenta años de edad y cuando tenía la claridad de no ejercer la maternidad en los términos que el sistema proponía mi útero enfermó. Fueron tres miomas los que se me encontraron.

Leí una serie de discursos, de diferente índole, en algunos se asumió como general la idea de alguna persona femenina que en base a su posible experiencia compartía casi como regla lo que le habría ocurrido. En mi trayectoria comprendía que no había recetas ni para ser humano, ni para definirse como mujer, tampoco para las experiencias pues eran tan incalculables como seres que habitaron, habitan y habitarán la tierra.

Ser mujer podría ser alguien de sexo femenino, y no. Ser mujer podría ser alguien casada, o no. Ser mujer podría ser una madre, o no. Ser mujer podría ser tantas y tantas posibilidades que el hecho de sacrificar mi útero para sanar mi historia no me hace menos mujer, una de las elecciones constructivas más conscientes en mi práctica humana. La histerectomía sonaba tan cruel como los sacrificios que los mayas realizaban en el juego de pelota para entablar vínculos con los dioses; sonaba tan cruel por cómo estaba estructurada la sociedad machista… No obstante, el dolor, la pérdida, la tristeza son la sombra del placer, el beneficio, la alegría.

Inmediatamente consulte a diversos médicos hombres y mujeres, en la misma proporción analicé mi relación con los hombres y mujeres. Amistades necesariamente profundas para comprometernos libremente, y en transparente cuidado propio y mutuo, para experimentar el placer de la carne con ellos, vínculos éticos y con alegría mis condiciones o límites con ambos géneros. Mis deseos sexuales eran a la par con mis deseos afectivos y de esmero. Probé procesos de exploración con algunas amistades que consideraba sólidas, donde la mayoría nos hicieron develar el nivel de evolución que cada uno había alcanzado, en eso que muchos llaman congruencia y yo prefiero proclamar: armonía.

Mi danza siempre habría dejado una estela, sutil y relevante como guía, por tanto simplemente mostraba el camino que en la eternidad yo misma había elegido. No recuerdo que en mi ser más profundo yo danzara en solitario, fui parte de una constelación, que en el tiempo relativo decidió dar espacio a cada estrella, formando nuevos mandalas cósmicos. Figuras geométricas anárquicas, a veces de par, otras de impar, siempre en conexión interindependiente, no siempre conexiones sexuales, siempre conscientes de atención y cariño.

Mi baile, por la vida, me hizo huir de varias exploraciones que realicé con almas que encarnaban otro tipo de búsquedas en la materia. En otras ocasiones, pocas, pude probar coincidencias. Entrar en la misma sintonía no solamente es un proceso evolutivo, tiene que ser también una valiente voluntad de sanación. No todos venimos a curar nuestras memorias, de otras vidas o niveles del juego. Sí, la vida es como un juego que vamos escribiendo según recordamos nuestra fuente de claridad, brillo, lucidez.

El doctor que atendió mi enfermedad solamente fue un vehículo para recordarme que la sanación estaba en mis adentros, en reescribir mi propia historia. Toda la literatura y poesía escrita sobre el significado, curación o pérdida de útero en un sentido espiritual simplemente lo enfoque como testimonios de los procesos individuales de cada autora. Tenía la nitidez de qué mi trayectoria seguía siendo mía, en un contexto de galaxia, es decir de agrupación de estrellas, de vía común, mas mi experiencia encarnada solamente mía en una de las múltiples dimensiones.

La espiral en la que se encontraba Azul y Luna me daban prueba de los ciclos que se ejercen en las diferentes perspectivas de comprensión. Mi evolución en el juego de la vida seguramente correspondía al de un alma experimentada, posiblemente vivir en Azul era, y es una de las experiencias más hermosas en la perpetuación de la existencia. Aprendiz constante, vividora experimentada, satisfecha de los goces terrenales, o repetidora (voluntaria o no) de las pruebas evolutivas.

El doctor que me atendió extrajo mi útero que se encontraba con tres miomas que invadían su propio espacio, y con ello toda posibilidad de gestar. La fertilidad entendida en el rol de madre, solamente eso. La fertilidad es algo más que ser madre, es la capacidad de abundancia, de manifestarse en todos los sentidos, intuición y sentires. Expresarse a través del arte es un modo de ser fértil; con ello tendría que seguir mi trayecto en está vida.

Mi útero ya no vive en mí, se fue navegando al río que nutre a nuestra madre y hermana Azul. En El cielo, Luna sabe que su ritmo ya no marcará mis ciclos de sangre, sin embargo, sus ritmos cíclicos siguen en mi memoria, no solamente corporal. Gracias a mi útero aprendí a reconocer eventos y fases de lo que llamamos naturaleza, más allá de la humana. Mi útero, como mi corazón tienen una fecha de despedida, en la gran rueda de la energía vital, bendito sea por siempre mi útero, y mi corazón.





 

Linda Acosta Rodríguez


"Desde mi corazón tropical, mi alma viajera les desea ciclos de luna armoniosos y soles cálidos; nací en Tabasco, y he viajado durante muchos años de mi vida. Amo la mar,  y montañas, las sonrisas y los mundos imaginados. Soy mexicana y española legalmente, yo digo que soy de la

vida. Entonces, a través de la tierra, cosmopolita, nómada y feminista por donde voy y ando, como las brujas volando.

Puedo decir que me dedico a vivir. Me gusta estudiar y crear. Soy socióloga, poeta, escritora, artista de mi obrar. Ya no tengo útero, soy mujer, soy fértil de ideas, sueños, acciones. Me encanta la

infancia, abrazarme a los árboles, caminar bajo las estrellas, organizar aquelarres de bienestar. Me gusta ir en bici o caminando, uso el transporte público, básicamente los trenes. Tijax es mi nahual maya: la curandera.

Cocino y fusiono, intuitiva juego al tarot y oráculos, me gusta guiar experiencias recreativas, doy clases o talleres eventualmente, soy anarquista. Creo que todo es posible y que todo se trata de amor. Esa es mi narrativa: soy utópica y constructiva"

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